miércoles, 13 de diciembre de 2006

Frivolidad

Ayer al salir del gimnasio, pasadas las 10, me vino a la cabeza, con mucha fuerza, que quería cambiar de taquilla. Fue justo al cerrarla y salir por la puerta. Así, sin más. Llevaba casi 3 años usando la misma, situada en el pasillo más estrecho y en la zona más baja. Estaba acostumbrado a las vistas: escalera a la piscina y pasillo de entrada. También conocía a los personajes de la zona, por lo general poco simpáticos, a excepción de mi vecino, el del concesionario de automóviles, y el directivo de Meta4. Pero me vino a la cabeza que tenía que salir de la rutina. Cambiar de paisaje y dejar atrás el pasado, incluyendo una escenita morbosa de erecciones compartidas. Y dicho y hecho. El chico de la puerta me dio la lista de taquillas disponibles. Paseé por todos los pasillos localizándolas, como decidiendo en qué parcela iba a comenzar a edificar mi nueva casa. En general todas las parcelas eran iguales a la mía en cuanto a situación. Me decidí por la única que era algo más alta, y con la imagen especular de la que tengo ahora, en forma de L. El chico de la puerta me habló de otra oportunidad, una taquilla alta de las del fondo, que correspondía a un cliente que se mató hace poco, y que tendrían que dar de baja en los siguientes días. No quise saber más, ni quien era ni cómo ocurrió. Pero no me veía ocupando esa parcela, sería como edificar sobre un cementerio indio. Así las cosas, a partir de ahora ocuparé una taquilla con forma de L invertida. Una nueva vida simétrica de la anterior, al estilo de los apartamentos de Laura y Julio y su vecino. Esta pequeña renovación vital me alegró el final del día. Decidí volver a casa por una nueva ruta, como si estuviera en otra ciudad. Y así llegué a casa satisfecho y feliz.
Y frente a la frivolidad de ayer, el asombro con el que me he levantado esta mañana. Suelo poner las noticias de CNN+ de las 7 de la mañana, cuando me levanto. Hoy me quedo ojiplático con el funeral de Pinochet en la televisión. La Iglesia justifica el golpe en la homilía (!!!... año 2006). Vergonzoso, aunque habitual en esa institución tan rancia y fuera de este tiempo. Pero aún hay más... un amigo que evoca las palabras del señor Augusto: "nunca, jamás, he hecho algo de lo que deba arrepentirme". Pone los pelos de punta... cual serial-killer. Sin escrúpulos.