martes, 8 de enero de 2008

El Principito

El día de Reyes vimos El Principito en teatro. Fue una de mis lecturas fundamentales de juventud. Recuerdo haber llorado la primera vez que leí el libro y releerlo despues varias veces. Concretamente he leído el libro 8 veces: la primera en 1988 y la última en 1995 en português. Tengo además versiones en otros idiomas, como alemán y turco. Un libro muy relevante para mi, como se puede comprobar. Claro, con esos antecedentes era un poco arriesgado verla en teatro. Pero encajaron varias piezas: por un lado, leí un encuentro digital con Eduardo Casanova, el actor principal (el Fidel de Aída, del que había leído pero nunca visto); por otro lado, era una buena sorpresa de Reyes para dvt, al que le gusta el teatro (no como a mi); y finalmente, se representaba en las Naves del Español, ocupando 3 naves del antiguo Matadero, un espacio que quería conocer y enseñar. Así que allí nos plantificamos directamente desde la T4, con la obra recién comenzada (nos perdimos en los túneles de la M30 de Gallardón).
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El texto de la obra, por razones obvias, me resultaba muy familiar. Recordaba las "escenas" y los principales diálogos, todos subrayados en mi libro original: "Si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro", "Eres responsable para siempre de lo que has domesticado", "Lo esencial es invisible a los ojos". También los personajes: la rosa, el farolero, el cuenta-estrellas, el zorro, los baobabs y el cordero. Y sin embargo apenas sentí nada durante la representación. Sólo el final me emocionó un poco, ese pensar que "nada en el universo sigue siendo igual si en alguna parte no se sabe dónde, un cordero que no conocemos ha comido, sí o no, a una rosa...". De algún modo, la obra reflejaba los hechos que yo tenía en mi cabeza pero sin emociones. Y ahora, al coger el libro en mis manos después de tantos años y ojearlo, me doy cuenta de que el texto sigue siendo mucho más poderoso. Y que es probable que si lo leo me vuelva a emocionar.
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"... me sentí helado por la sensación de lo irreparable. Y comprendí que no soportaría la idea de no oír nunca más su risa. Era para mi, como una fuente en el desierto".