viernes, 25 de enero de 2008

Desierto y playa

Para empezar a hablar de Dubai, hay que hablar de desierto, porque lo invade todo. O más bien, lo es todo. Mi domingo pasado fue de turista total. Mañana de Tour Bus, en uno de esos circuitos urbanos en los que vas arriba con tus gafitas de sol (las que yo olvidé en Madrid) y oyendo la explicación por el altavoz. Y tarde de tour por el desierto en 4x4.
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En cuanto dejas de ver edificios, ves desierto. En realidad lo ves entre los edificios, porque la arena está en todas partes. Pero digamos que al salir de la ciudad lo que ves son la dunas. Alguna con matojos y finalmente ya sin nada de vegetación. Pero me gustó mucho: las formas, los colores, el horizonte. No me esperaba que me gustara tanto. Para mi el desierto era como las dunas del parque de Doñana; pero descubrí que no, que es mucho más bonito y seductor. También, porque lo vi en pleno invierno, por la tarde. Nada de calor. Incluso algo de fresco, porque al ir bajando el sol empieza a hacer frío. De hecho, tras la puesta de sol nos metimos a cenar en un Tent Camp (campamento de tiendas: un cuadrilatero vallado dónde puedes tomar té, comer algo... y ver la danza del vientre en una alfombra) y yo no me aparté de la hoguera de lo heladito que estaba.
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Pero en Dubai también hay mar. Las playas tienen encanto: son anchas y de arena fina. La pública tiene en el medio un parque lleno de palmeras y cesped. Pagas un euro por entrar. El día que fui a la playa llovió un pelín, el colmo de la casualidad en una zona, el Golfo Pérsico, dónde apenas llueve en todo el año. En la última foto se pueden ver las innumerables grúas al fondo de las obras de la primera Isla Palmera, la más avanzada. Pronto apenas se podrá ver el mar desde la costa. Todo serán islas artificiales.