martes, 10 de marzo de 2020

Y después de Copenhague, el Apocalipsis

El lunes volé de Copenhague a Londres y mi vuelo iba prácticamente vacío. Fue una sensación extraña, la de ver un asiento ocupado cada 3 filas. El fin de semana ya había notado el incremento de la preocupación por el virus en Dinamarca. La autoridades sanitarias habían advertido ya de la prohibición de eventos con más de 1000 personas. Por su parte, en Francia el límite eran 5000.  Mientras tanto, Madrid vivía en la felicidad de las manifestaciones masivas del 8 de marzo: al menos 150 mil personas en la calle. Telita la que se avecina. 

Esta semana todo parece fuera de control, cual escenario de película distópica, dónde las muertes y contagios aumentan exponencialmente, pero sobre todo lo hace el histerismo social, el acopio de alimentos, y las miradas sospechosas ante cualquier estornudo o tos. Por mi parte, sigo lavándome las manos frecuentemente, como ya hacía antes. Lo único que me genera cierta inquietud son mis padres. 

En medio de reuniones de crisis en mi empresa, y de tanto escenario apocalíptico, me quedo con el recuerdo de la belleza de Copenhague estos últimos días. La posibilidad de cualquier viaje en Europa en las próximas semanas se presenta ahora mismo bastante incierta.