miércoles, 3 de octubre de 2007

Judy y la policía americana de nuevo

Mi segundo episodio policial en las últimas 48 horas ocurrió esta tarde de martes.
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Me fui por la mañana a unas oficinas que mi empresa tiene en Pennsylvania, a unos 40 kilómetros de Philadelphia. Es un complejo de edificios (más de 30) en el que trabajan más de 10 mil personas. En el camino vi bandadas de patos salvajes, o algún tipo de ave migratoria, y también águilas o alguna rapaz (una delicia ver tanta fauna salvaje).
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El motivo de mi viaje era asistir a una conferencia, que organizaba el grupo LGBT de mi empresa, de Judy Shepard, una señora muy famosa en Estados Unidos. Mataron a su hijo en el año 98, cuando tenía 22 años, por ser gay. Estuvo 18 horas agonizando colgado de una verja hasta que lo encontraron moribundo. Era un chico estupendo, con inquietudes intelectuales y políticas, guapete y orgulloso de ser gay (había salido del armario con su madre a los 18). En su memoria los padres han creado la Fundación Matthew Shepard, dirigida a erradicar los delitos de odio (hate crimes). Es muy conocida aquí, hasta el punto que han elaborado una resolución parlamentaria que se discutirá en breve en el Congreso (en el Capitolio en Washington) y que persiga los crímenes de odio (sean por orientación sexual o cualquier otro motivo). La madre es una conferenciante incansable que ha dado la vuelta al país. Sus charlas son muy emotivas y tocan al auditorio en lo personal, haciendo reflexionar a la gente con la idea de que el odio se aprende y que hay que educar, educar, educar. Y preguntándose que hay de malo en el matrimonio gay, o la adopción, que derechos de otras personas son los que se van a poner en riesgo. Judy Shepard hace también un llamamiento a la acción política, a votar y presionar a los senadores elegidos.
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Cuando volvía de esa charla tan fantástica y la comida posterior, vi de repente por el espejo retrovisor las lucecitas de colores de los coches de la policía que salen en las películas pisándome los talones. Me eché al arcén. Esperé en el coche pero el poli no salía. Salí yo. En seguida me habló por el megáfono diciendo que me quedara dentro del coche (de nuevo como en las películas). Entré apresurado, temiendo un tiroteo. Cuando el hombre se acercó me pidió la documentación. Me preguntó que hacía, dónde me quedaba, cuando me iba... Me informó de que circulaba a 67 millas cuando el límite eran 55. El corazón en un puño. Me veía ya estigmatizado y no volviendo a entrar en el país.
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Respeto siempre los límites de velocidad pero esta vez no me di cuenta. Acababa de pasar de una carretera de un carril a una doble, tipo autopista, donde habitualmente el límite son 65. Pero acababa también de cruzar desde el Estado de Pennsylvania al de New Jersey, y en esa carretera el límite era 55. Finalmente quedó todo en un aviso verbal ("I'm going to give you a verbal warning") para que respetara los límites y fuera consciente de que variaban mucho de carretara a carretera y de estado a estado. Suspiré feliz. Hubiera mostrado mi agradecimiento al agente de cualquier forma que me hubiera pedido de lo aliviado que me sentí.