jueves, 18 de enero de 2007

Edad

La tarde de ayer en el gimnasio me trajo dos conversaciones relacionadas. En la primera, el sobrino entrópico, de 22 años, estudiando en Barcelona, reflexionaba sobre la implicación que para su futuro podía tener el ser o no titulado universitario. Es cierto que ser licenciado está sobrevalorado en esta sociedad, pero una cosa es la crítica social y otra la repercusión práctica en tu vida, y si estás dispuesto a asumirla. Las decisiones que está tomando ahora afectarán de un modo u otro a sus próximas décadas de vida.
En la segunda conversación, mi masajista, de 43 años, de Barcelona pero viviendo en Madrid desde hace 13 años, me contaba su crisis de los 40. Y es que, efectivamente, como los libros de Psicología cuentan, está en ese punto de hacer balance vital. Satisfecho en lo personal, con su mujer castellana, su hija de un año y su otra hija en Barcelona de 16. Pero insatisfecho en lo profesional. De un modo casual entra en el mundo de los masajes y se dedica a esto desde que está en Madrid. Fue un cambio total de vida porque en Barcelona llevaba una pizzería que funcionaba bastante bien. Pero ahora siente cierto estancamiento. Y le inquieta un futuro con una hija pequeña y en el que sus manos no puedan responder como hasta ahora. Desearía un cambio profesional pero no ve claro hacia dónde. Las decisiones que tomó en su momento le han llevado a este punto.
En las últimas semanas he reflexionado bastante sobre el paso del tiempo. Más que como el pasado configura el presente, me preocupa un efecto devastador del paso del tiempo: su tendencia a que las cosas te afectan menos intensamente. Me explico: es más difícil encontrar películas que te apasionen, o ciudades que te emocionen, o personas que te resulten profundamente interesantes... Mi masajista me contaba que a él le pasaba lo mismo. Por ejemplo, su fin de año fue muy bien... baile, copas, música... sí, sí, pero a nivel emocional nada especial. El efecto funciona en los dos sentidos: también es más difícil encontrar cosas que te horroricen o disgusten profundamente. Es como si tendieses al centro emocional. Lo que ya has vivido te hace relativizarlo todo: lo bueno lo comparas con cosas mejores, lo malo también te parece que, al menos, no es lo peor. Tiene gracia que esto lo diga yo, que soy un poco extremo con todo: me emociono mucho con cosas nuevas y me indigno mucho todavía... (y no quiero hablar del PP).
En fin, creo que cuanto menos tiempo se le dedique al pasado, mejor. Es preferible, a cualquier edad, pensar en las cosas que no te gustan de tu presente para cambiarlas e ir dando forma a otro futuro.