martes, 28 de abril de 2020

Los encuentros prohibidos

Llevamos 6 semanas de confinamiento en París y nos hemos acostumbrado a la rutina del teléfono y las videollamadas. Aunque a veces me noto síntomas de cansancio, llamo a mis padres a diario  porque sé que lo agradecen mucho. También hablamos con mucha frecuencia con jap, que sigue solo en Asturias desde que empezó todo esto. Y cada sábado, fieles como un reloj, cenamos virtualmente con Ronke a través de FaceTime. A esos compromisos virtuales regulares se suman algunos otros de manera más espaciada. 

La tecnología ayuda mucho pero, tras tantas semanas, teníamos ganas de un encuentro humano  más cercano. Las condiciones del confinamiento francés son mucho más relajadas que el español pero no permiten las reuniones de amigos. Aún así, el fin de semana pasada tuvimos un par de encuentros prohibidos. El primero fue con Martine, una vecina del séptimo.  Hemos coincidido varias veces con ella en el portal del edificio, nosotros saliendo a pasear y ella volviendo de darse una vuelta en bici. Después de varios días de charlas en el portal, nos acabó invitando a subir a hacer un aperitivo en su casa. Y allí nos subimos, sigilosamente, el viernes pasado. Fue agradable. No hubo besos ni contacto físico; todo con mucho distanciamiento social, como marca la "nueva normalidad".  Supimos algo más de su vida: 61 años, no le gusta la vida urbana, ni el barrio ni París, se dedica a la educación sexual de adolescentes y sólo consume productos biológicos de productores locales. Es una vida muy diferente a la nuestra pero nos gusta transitar entre universos paralelos.

El segundo encuentro prohibido fue una comida con Christian y Honoré en nuestra casa el domingo.  Viven dentro del radio de 1km que tenemos permitido y la idea surgió hace un par de semanas, el Lunes de Pascua, porque nos avisaron de que estaban comprando en el supermercado de abajo y les invitamos a subir a tomar un café. Todos teníamos ganas de charleta y nos quedamos con ganas de más así que surgió la idea de la comida este domingo. Vinieron con una botella de champán fría y una tarta. Si les hubiera parado la policía hubieran tenido problemas para justificar a dónde iban tan sospechosamente equipados. De nuevo, mantuvimos las distancias y aprovechamos para hacer un repaso profundo de la actualidad vírica. 

Las transgresiones del último fin de semana nos sentaron de maravilla. No se puede vivir con la paranoia constante de que te vas a infectar al mínimo encuentro con otro ser humano. Vemos a gente muy obsesionada con todo esto. Veremos cómo se desarrollan las cosas en un par de semanas cuando empiece la desescalada. Todo esto que estamos viviendo parece un gran experimento sociológico.