80 años y un disgusto
He decidido no volverte a ver,
olvidar que fui quien te buscó.
He prometido que no habrá otra vez,
renunciar por no acabar peor.
Fangoria, "Cuestión de Fé"
Agosto siempre comienza con celebración familiar, todo un ritual. El año pasado la fiesta de los 79 años de mi madre fue en casa y con día gris. Este año tocó restaurante y día soleado para celebrar los 80. El sitio no podía ser más espectacular, en Cabo Home, sin duda uno de los mejores paisajes de Galicia, con vistas a la Ría de Vigo y las Islas Cíes.
Fue una celebración con todos sus tópicos: qué crecida está la niña, qué días de calor llevamos este verano, qué rico está el marisco (salvo los percebes que estaban muy salados para todo el mundo; yo no los probé)... Por supuesto, también hubo sobremesa con canciones populares, de esas que siempre arranca a cantar mi padre y secundan mis hermanos y consortes.
Todo fue bastante rutinario salvo el final, que fue abrupto y altamente emocional. De esos finales de película neorealista italiana, de familias vociferantes. Todo evoluciona a partir de una conversación entre dos personas que no saben callarse a tiempo y que juegan a ver quien suelta la provocación más gorda. Entre el alcohol y los comentarios sarcásticos surge un malentendido: uno que no se sabe explicar y otra que siente insultada la memoria de una persona difunta, uno que se levanta de la mesa y otra que sigue rumiando su memoria ultrajada. Todo un papelón bastante tragi-cómico, sino fuera por el mega-disgustazo que se han llevado los abuelos, mi madre, pero también mi padre que ya ha cumplido también los 80.
Todo fue bastante rutinario salvo el final, que fue abrupto y altamente emocional. De esos finales de película neorealista italiana, de familias vociferantes. Todo evoluciona a partir de una conversación entre dos personas que no saben callarse a tiempo y que juegan a ver quien suelta la provocación más gorda. Entre el alcohol y los comentarios sarcásticos surge un malentendido: uno que no se sabe explicar y otra que siente insultada la memoria de una persona difunta, uno que se levanta de la mesa y otra que sigue rumiando su memoria ultrajada. Todo un papelón bastante tragi-cómico, sino fuera por el mega-disgustazo que se han llevado los abuelos, mi madre, pero también mi padre que ya ha cumplido también los 80.
En el fondo, este no es más que un nuevo capítulo de una sucessión intermitente de disgustos a lo largo de 30 años. Lo más interesante en esta ocasión ha sido que el centro involuntario de la escena lo ha ocupado una persona ya fallecida, una señora que debió ser todo un personaje en vida, viviendo en un barrio lleno de miserias e ignorancias. Yo veo en todo esto material muy literario, para escribir una de esas novelas estilo Isabel Allende, con amores y rencores a través de las generaciones. Tal vez algún día me anime :).