miércoles, 8 de enero de 2020

El extraño encuentro

El domingo pasado, tras la visita a la Philarmonie para ver la exposición de Pierre et Gilles, nos fuimos a Alesia, cerca de la Puerta de Orleans, en el distrito 14. Fue toda una excursión en tranvía de más de una hora, circunvalando París, ya  que los metros y los autobuses siguen muy alterados (cuando no directamente parados) por la huelga de las pensiones. 

El motivo de tanto trajín era encontrarnos para comer con Christine, a la que no veíamos desde septiembre. Intentamos sentarnos en una brasserie que ya conocíamos pero acabamos saliendo porque el responsable de la sala, en típico estilo francés antipático, se negó a asignarnos una mesa redonda más grande, a pesar de que el local estaba prácticamente vacío y era altamente improbable que llegara mucha más gente porque era bastante tarde.  Total, que gracias a este desplante, acabamos en otro local enfrente, mucho más refinado y en el que nunca habíamos entrado a pesar de que, hace años, pasábamos por la puerta a diario para nuestras clases de francés. Es una brasserie especializada en pescados y mariscos que se llama Le Zeyer y tiene un estilo art nouveau precioso, con vidrieras en el techo, espejos, plantas y relojes... Todo un descubrimiento, vamos. 

Al grano. Resulta que al lado de nuestra mesa, había dos señoras de edad indeterminada, probable en los 70. Conocían a los camareros; se las veía clientas habituales. Acabamos entablando conversación en la sobremesa, después de la Gallette de Rois. Todo empezó por bromas con un camarero respecto al ácido hialurónico que había usado una de ellas. Eso generó toda una serie de comentarios, risas, malentendidos y complicidades. Yo confesé mi operación y pasamos unos 10 o 15 minutos charlando. Cuando ya nos íbamos a levantar, nos invitaron a tomar una copa de champagne en la casa de una de ellas, allí al lado, en el barrio. Y allí que nos fuimos los cinco, entre extrañados y encantados de que dos señoronas nos invitaran a su casa en París de esa manera tan espontánea. Pasamos una hora más juntos entre copa, conversación y música. 

Fue un extraño encuentro, como aquel de hace muchos años, pero muy gratificante. Más tarde, dBt me confesó que llegó a pensar que nos drogarían con la copa de champán. En realidad, no hubo ni siquiera intercambio de teléfonos. Simplemente sabemos que se llaman Rose y Marie-Jeanne y que acostumbran a quedar para comer los domingos en Le Zeyer. Comentamos que nos reencontraríamos allí, algún domingo a eso de las 14:30, en horario español. Espero que así sea.