Boda Nº 4
Tengo poca experiencia en bodas, y tampoco quiero tener más porque no me gustan. La del sábado pasado hacía la Nº4 y fue en la que me lo pasé mejor. Todas las experiencias anteriores fueron muy diferentes, así que tampoco puedo decir que son todas iguales y por eso me aburren. En mi caso, pocas y diversas: una boda hetero en Galicia de una íntima amiga de Ana, cuando los dos teníamos ventitantos, una boda gay en Granada de un amigo de la infancia, a la que acudí con un noviete de Berlín y finalmente la boda de una amiga turca con un alemán, en barco por el Bósforo. En esta cuarta ocasión, la boda fue en Mondariz y de un familiar no sanguíneo. Se casaba el hijo de mi madrina y a su vez ahijado de mis padres.
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La amistad entre mis padres y mi madrina se remonta a su adolescencia, cuando ellos eran ya novios y mi madrina tan sólo una niña de unos 9 años. Han pasado casi 70 años y me da vértigo pensar todo lo que han vivido juntos y todo lo que ha pasado en el mundo desde entonces. Es una amistad digna de novela de Isabel Allende, que atraviesa generaciones y grandes acontecimientos históricos. Por todo eso, supongo que esta boda era algo especial y me planteé desde el principio, hace ya un año, que tenía que asistir. Me lo pasé bien porque asistí a la ceremonia religiosa con la curiosidad de observar todo el ritual en detalle, y presté atención a cada palabra del cura (jovencito y con un toque algo alternativo). La parte gastronómica y fiestera también fue agradable, en una mesa con toda mi familia, todos de buen rollo. Bailé y todo, así que más de uno se quedó sorprendido de verme tan animado y no en plan seta.
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Además de la boda, aproveché para prolongar el fin de semana y disfrutar de los últimos días de playa, antes de que llegara este otoño adelantado. Los días fueron tan despejados y soleados que me han dejado un recuerdo de final del verano estupendo. En la foto, vista del Río Miño desde el jardín de la Catedral de Tui, un lugar estupendo para disfrutar del final de una tarde de verano.