viernes, 1 de noviembre de 2019

Marina Abramovic en Belgrado

Esta semana ha mostrado lo peor y lo mejor de esta etapa laboral en la que me encuentro. En el apartado "peor" se encuentra una espera de 4 horas para despegar desde Amsterdam a Belgrado por un error en el proceso de seguridad que nos llevó a pasar horas en el avión para acabar desembarcando y repitiendo el control de seguridad de equipajes. Continuando con lo "peor", hoy viernes de vuelta a París vía Varsovia desde Belgrado acabé perdiendo la conexión y pasando 4 horas en el aeropuerto. Raro sería que con tantas horas de vuelo y tantas ciudades distintas no me pasaran cosas chungas. 

En el apartado "que suerte tengo", hay que sumar el paseo por la playa de Copenhague del miércoles y la oportunidad de visitar la retrospectiva de Marina Abramovic en el Museo de Arte Contemporáneo de Belgrado. Si bien mi llegada a la ciudad fue accidentada por el retraso que ya mencioné, al menos pude aprovechar para acercarme a ver la exposición porque justo los jueves el museo abre hasta las 10 de la noche.  

Me alegro de haber visto la exposición de Marina Abramovic aunque me produjo sensaciones muy intensas, tanto agradables como desagradables. Todo alrededor de esta artista de la performance es extremo. La vimos en acción con sus 512 horas en la Serpentine Gallery hace 5 años pero aquello fue un bálsamo zen comparado con la exposición actual en Belgrado. En esta se hace un recorrido por toda su carrerra artística y la verdad es que incluye cosas muy "jevis". Para empezar todo el museo está invadido de los gritos correspondientes a la performance de la primera foto, y de los sonidos de un cuchillo punteando una mesa y los dedos de una mano. Todo un ambiente entre película de terror y manicomio. Para continuar hay performances en las que se castiga duramente el cuerpo, o limpia cientos de huesos. También se ven desnudos y masturbaciones de gentes vestidas con trajes folclóricos balcánicos. En una performance ella mira fijamente a un burro y en otra se come una cebolla mientras se queja de la vida que lleva. A una de las salas hay que pasar literalmente rozando dos personas desnudas en el dintel de la puerta (foto abajo). Tuve que esperar a ver toda la exposición para reunir el valor de atravesar el poco espacio que dejaban los dos jovenzuelos en bolas. En fin, es una exposición que no puede dejar indiferente a nadie; muy completa y muy intensa. Y de nuevo, todo un privilegio poder verla durante en un viaje de trabajo, aunque me haya costado 4 horas de retraso llegar a Belgrado y ahora me esté costando otras 4 horas de retraso volver a París.