De mina en mina
He visitado mis primeras minas: una de Uranio, en Namibia, y otra de minerales diversos (Titanio y Zirconio, principalmente) en Sudáfrica. Ninguna de ellas subterránea. La primera es una de esas minas a cielo abierto, que consiste en un gigantesco cráter, casi inconcebible, de 400 metros de profundidad y varios kilómetros de diámetro. La segunda es una mina también exterior, que se prolonga casi 20 kilómetros porque extrae los minerales a partir de las arenas de las dunas, y después los transporta a unas instalaciones de tipo industrial: depósitos, tuberías, hornos... toda esa arquitectura que creíamos ya extinguida.
Puede sonar extraño, pero a mi me ha parecido que tiene todo mucho encanto. Los paisajes son alucinantes. El de la mina en Namibia es como de otro planeta: rocoso, agreste, como las imágenes que podría transmitir una sonda espacial. El de Sudáfrica es literalmente de Parque Natural, aunque no se aprecie en las fotos de abajo (las dos últimas) ya que quería mostrar algo de maquinaria. También me ha gustado, para que negarlo, toda la parafernalia de la ropa de trabajo: en plan explorador, en tonos verdes, y con amarillos fosforitos. Una monada.